Editorial Cuarentenos Pastorales

Tristezas de Navidad

Todos sabemos, por experiencia propia o ajena, que para mucha gente las fiestas de fin de año, y en particular la navidad, son “fiestas tristes”. No se trata de una cuestión de fe, ya que este sentimiento no hace acepción de creencias, sino sobre todo de actitud interior (aunque a veces sea difícil reconocerlo).

Y es que las fiestas remueven los sentimientos más profundos, y nos llevan a una memoria profunda de recuerdos que concluyen en las presencias y ausencias de nuestras mesas familiares. Sin embargo, entre tanto movimiento interior puede que nos confunda la nostalgia, esa caricatura de la memoria que nos lleva a la tristeza y engañosamente al dolor…

Digo “engañosamente” porque el sentido más profundo de la Navidad es la vida que se nos confía y que acompaña todas nuestras situaciones (incluso las más dolorosas) con la confianza que humanamente no estamos solos…

Una vida que salva, pero sobre todo que cobija poniéndose en nuestras manos…

Ciertamente convivimos con el dolor, incluso con aquel que no tiene respuesta (como la enfermedad o la muerte) pero también nos encontramos con el motivo más contundente de nuestra celebración… En Navidad no recordamos un hecho histórico, ni una historia fantástica, sino que se actualiza de diferentes maneras el nacimiento de un salvador que no tiene cobijo y al que acuden los excluidos.

Un nacimiento que tiene todos los condimentos para la tristeza, la desesperación y la decepción:  no hay lugar, no hay condiciones, no hay motivos para la alegría. Sin embargo hay una causa: la vida.

La fe nos dice que no se trata de cualquier vida, pero si nos desprendemos de las creencias podemos decir que la sola vida que nace a pesar de todas las contradicciones es motivo de gozo. Es allí donde nuestras tristes celebraciones pueden cambiar de sentido…

Ya no es sólo la vida de un recién nacido, sino la vida en cualquier etapa y hasta una vida más allá de la misma muerte. Tal vez nos viene bien recordar que en Navidad celebramos desde la fe que pase lo que y hagamos lo que hagamos nuestra existencia deja de tener puntos finales para llenarse de comas y puntos seguidos, entre los que no faltan interrogantes y por supuesto exclamaciones…

 Al igual que aquel pesebre, nuestras vidas pueden estar frías y desprovistas de cualquier motivo festivo, sin embargo, hay una razón: la esperanza.

Esperanza que la vida tiene sentido por encima de nuestros fracasos y ausencias.

Esperanza en que hay cosas que todavía podemos cambiar….

Esperanza en que los ausentes están presentes de una manera distinta (ciertamente no la más deseada, pero no menos cierta)

Esperanza que desde la fe, el nacimiento del Mesías transforma nuestra humanidad venciendo al silencio de la muerte.

Esperanza… condimento indispensable para nuestra vida, que no es ficción ni auto convicción… es la certeza de que no hay motivos para dejarse ganar por el dolor o la tristeza.

Ciertamente estos motivos pueden parecernos “ciencia ficción”, fantasía, voluntarismo o autoayuda, pero,  sin faltar el respeto a los dolores y penas más profundos, para salir del dolor y emprender el camino de la esperanza es necesario salir de sí mismos, ir al encuentro de otros y si es posible ponerse al servicio de aquellas vidas diferentes a la mía.   

Ese es el antídoto para que en la Navidad renunciemos a cualquier otra forma de sufrimiento, y para que por sobre todo, nos reencontremos con el sentido más profundo de esta celebración.    

Feliz Navidad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *