por Ale Gómez Brua
Este año el monte estuvo vivo. Si, a pesar de los atropellos del poder, de los desmontes, de marginación, el monte se sostuvo día a día gracias a su gente y a la enorme fortaleza de la nuestra madre naturaleza.
Monte adentro, este grupo humano compuesto por gente que se ha criado en medio del sagrado monte y por otros que, siguiendo una intuición de vida, vinieron desde otras latitudes, ha intentado decir una palabra (o tal vez recibirla) este año en las comunidades del norte chaqueño.
Es difícil reconocer que en un lugar hay muchas carencias educativas. Pero allí se puede ser verbo de justicia e intentar compartir lo recibido desde el ser hermano.
Es crudo cuando los más pequeños sufren deficiencias alimenticias. Pero allí se puede ser alimento que se entrega para que todos puedan ponerse de pie y reconocerse desde lo más básico.
La frustración es enorme cuando se escucha a un padre o madre que llora por dentro porque ya no sabe qué inventar para dar lo necesario a los suyos. Y allí puede uno sentarse juntos a ellos, no a brindar soluciones, sino a inventar juntos nuevas posibilidades.
La alegría no tiene techo cuando en medio de los días la unión prevalece, el trabajo en equipo nos empuja hacia horizontes inexplorados, cuando el compartir no pide nada a cambio.
La paz es extensa cuando en la tarde, con un mate, uno descansa; cuando las gallinas suben a los árboles y los ojos
comienzan a adaptarse a la oscuridad, cuando se mira unas brasas de cerca en invierno o un aguacero que viene a aliviar el verano.
Monte adentro hay mucho bien. Hay tanto bien para hacer y tanto bien por recibir, infinito, interminable como cuando se intenta identificar todas las especies del monte y su ida y vuelta de vida.
Este año Monte Adentro y su equipo de nuevo estuvieron presentes en esta bendita tierra chaqueña. Se ha hecho mucho y se ha recibido mucho más, porque como dicen por ahí: se acrecienta cuanto más se da.