| X. Pikaza

Ocho afirmaciones y una conclusión
De esa formación para los ministerios de la Iglesdia trataré en tres o cuatro postales, empezando por ésta que ahora sigue. La crisis no es hoy (2023) como el año 2001, sino mucho más profunda. No se trata de un ejercicio escolar, como era entonces, sino de un problema de vida o muerte para la Iglesia: Hay una mayoría de parroquias sin presbíteros, y los que ahora se forman no parecen los más adecuados). Lógicamente, el papa quiere enterarse y quizá actuar y para eso convoca de forma extraordinaria a los obispos.
El título evoca la maldición de Jesús al mal olivo (que nadie coma de ti…, Mc 11, 14) y el canto de A. Machado: Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido… algunas hojas nuevas le han salido.
Ocho afirmaciones
1. La crisis no es simplemente de sistema clerical, sino de cristianismo. Los cristianos han sabido siempre que la vida de los fieles ha de hallarse estar tejida de amor y gratuidad, pero a fin de asegurar esa fe y organizar esa gratuidad, muchos han creado un sistema clerical que ahora resulta ineficaz.
A fin mantener su identidad y misión, a partir de la segunda mitad del siglo III d.C., la iglesia se dividió en dos “clases”. (a) Surge el clero, es decir, los obispos, presbíteros (con funciones casi episcopales como presidentes de iglesias menores) y diáconos. (b) Queda el pueblo, formado por laicos, que escuchan la palabra y reciben los sacramentos del clero, al que sostienen con sus aportaciones económicas. Ciertamente, participan en la elección de los obispos y en algunas cuestiones especiales, pero, en general, se someten a la autoridad del clero.
Esta división resultó de algún modo necesaria, pues sólo por ella se pudo estabilizar entonces la iglesia, como organización coherente y eficaz (subsistema sacral) dentro de un imperio que, en principio, los cristianos desacralizaron. Pero, a lo largo del tiempo esa parece inútil y contraproducente, de forma que debe sustituirse por un modelo sinodal de comunión.
2. La expansión sacral del cristianismo ha estado influida por una de mística de poder tipo jerárquico y trasfondo pagano, que concibe el poder como signo de Dios, en contra del evangelio. Por eso, volviendo a la raíz del evangelio, debemos superar una visión jerárquica y sacral del cristianismo.
Esa mística del poder y sumisión va en contra de la raíz del cristianismo, y por eso debe revisarse, como exige el mejor conocimiento de la Biblia y de la vida de Jesús. Esa visión jerárquica de la iglesia parecía normal dentro de una cultura que sacralizaba el «buen poder», en forma de dictadura sacral… Pero hoy sabemos que esa “dictadura” es contrario al evangelio.
Ciertamente, esa visión ha permitido que el cristianismo se extienda como religión y cultura occidental en espacios y pueblos menos «desarrollados», favoreciendo así la «conversión» de occidente al cristianismo y la misión posterior en otros que parecían de nivel cultural inferior. Pero ese tiempo de expansión del cristianismo como poder religioso ha terminado.
3. La iglesia ha vivido en una especie de contradicción permanente. Ha dicho que todos los seres humanos somos iguales y hermanos en Cristo, pero de hecho ha mostrado con su vida que unos son (somos) más hermanos que otros.
La iglesia ha priorizado el diálogo entre todos los creyentes, pero de hecho ha dado la palabra a unos (clero) sobre otros (pueblo), concediendo a los miembros del clero una especie de inmunidad sagrada, como si supieran de antemano o desde arriba aquello que conviene a los demás, para dirigirles, conforme a un modelo de dictadura sagrada. Una iglesia que actúa de esa forma va en contra de lo que dice (que en principio Dios es comunión, pero una comunión dirigida por los de arriba, dentro de la pirámide de poderes de la Iglesia.
La vuelta al evangelio exige que rechacemos esa lógica del sometimiento y sacralización del sistema: Dios no es el todo que se impone sobre las partes, ni la fe cristiana es una moral de sumisión. Al contrario, el Dios cristiano libera a los creyentes (a los hombres) para la libertad y la acción creadora, por encima del sometimiento sacral y del miedo a la muerte.

Según eso, los ministerios cristianos han de ser signo de la libertad personal y de la comunión en el amor entre todos los creyentes. Nadie en la iglesia es más que nadie, a no ser los más pequeño, los excluido del sistema de poder (como sabía Jesús).
4. Para recrear los ministerios…, recuperar la igualdad y el servicio voluntario de amor de aquellos que animal de la vida de las iglesias. Hemos tendido a convertir a los ministros cristianos (obispos y presbíteros) en dirigentes superiores de las comunidades. Sólo superando ese modelopodremos recuperar la raíz del cristianismo.
Ciertamente, decimos que todo es don de Dios. Pero después interpretamos las instituciones de la iglesia como un código de seguridad, por encima del conjunto de la iglesia Decimos que la gracia es principio universal, pero luego actuamos como si no confiáramos en ella, ni en la bondad de las personas (que son signo de Dios), ni en el valor de las diversas religiones (que son signo de la búsqueda humana de Dios, presencia del misterio).
Algo semejante pasa con el amor, del que nos enorgullecemos, poniéndolo en la vitrina de nuestro museo religioso. Así afirmamos, por ejemplo, que nuestra religión es superior al budismo (que solo admitiría un amor pasivo, compasivo, incapaz de transformar el mundo) y superior al taoísmo e hinduismo (que no conocerían al Dios personal, encerrando la vida en formas de concordia cósmica). Es posible que tales afirmaciones sean parcialmente verdaderas, en un plano teórico, pero corren el riesgo de volverse vacías, pues no corresponden, en general, a nuestra vida (no mostramos el amor de que hablamos), ni a la vida de otros pueblos (que tienen y expresan muchos signos de amor).

5. Ciertamente, la iglesia es potencial de amor que se expresa de mil formas, sobre todo en los contemplativos y en aquellos que se aman mutuamente, pero luego parece que ella confía poco en el amor de sus fieles. Aquí se aplica aquello de “dime de que presumes y te diré lo que te falta.
Un tipo de iglesia clerical tendría que dejar a un lado sus seguridades (¡como si lo supiera todo!), su deseo de opinar en cada uno de los temas de este mundo, para recorrer la travesía de la vida acompañando a los demás, escuchándoles y aceptándoles como son, sin querer cambiarles.
No conozco ninguna institución donde se diga con tanta fuerza que los hombres y mujeres han de amarse, pero que después ponga tantas trabas al amor en libertad. Ciertamente, la iglesia cree en el amor, pero en un amor paternalista, guiado y dirigido por una jerarquía de funcionarios célibes, que se atreven a decir a los demás lo que ha de ser el evangelio, en vez de animarles a que exploren, buscan y decidan, dejándose llenar por el misterio del amor de Cristo, amando gozosamente a los demás.
Ciertamente, el celibato de los clérigos católicos (occidentales) ha sido y es un potencial de amor, allí donde se vive como expresión de libertad en el amor… Pero de hecho corre el riesgo de hallarse vinculado a una institución de poder, a la estructura de un sistema sacral de imposición moralista. Esa situación resulta contraria al evangelio, es escandalosa, y debe superarse, a fin de que el celibato pueda presentarse siempre como opción de gratuidad, por puro amor, sin vinculación con la estructura eclesial.
Lo mismo ha de aplicarse al matrimonio. Ciertamente, el evangelio está unido a la experiencia de fidelidad afectiva, fundada en el gozo fuerte de la vida y la confianza del amor que se expresa en los esposos que se aman y en aquellos que viven el amor de forma gratuita. Pero esta es una experiencia de gracia y libertad, no de legalismo y prohibiciones; por eso, cuando el amor y libertad se ha roto se rompe el matrimonio, sin que tenga que decidirlo un tribunal del Vaticano. Parece que la ley de la iglesia tiene miedo al juego y gozo del amor, al placer y belleza del encuentro personal, a la igualdad real del varón y la mujer. Es como si pensara que ellos (sobre todo las mujeres) son menores de edad y hay que ayudarles, para que encuentren la seguridad que por sí mismos no habrían encontrado.
6. Jesús no ha querido establecer una nueva estructura social, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento de reino, que es fermento de vida y esperanza abierta a todos los pueblos de la tierra.
No queremos defender una iglesia invisible, sino todo lo contrario, bien visible, presente en todos los caminos de la vida, pero no en línea de poder, sino de animación, no como estructura sacral objetivada, sino como unión gratuita de amor abierta a todos los humanos. Pues bien, da la impresión de que la iglesia jerárquica (no el gran pueblo de Dios que cree en Cristo) tiene miedo: no quiere perder lo que piensa que tiene, desea aferrarse a privilegios (jurídicos, sagrados, culturales….) y dice que lo hace para servicio de los pobres, aunque, en realidad lo hace mantenerse a sí misma. Por eso, es normal que haya un divorcio cada vez mayor entre la jerarquía eclesial (eso que pudiéramos llamar el “aparato”) y el conjunto de los fieles. Ciertamente, hay grupos de cristianos que quieren fortalecer la jerarquía, tanto en plano social como sacral y ellos aparecen en la mayoría de las fotos y la propaganda del sistema; pero la inmensa mayoría de los cristianos se siente separados de la institución jerárquica.
7. Como se sabe, jerarquía es poder sagrado pero todo tipo de poder sagrado v a en contra del evangelio. Lo sagrado no es el poder, sino el amor… Los portadores de sacralidad no son los que mandan sobre otros, sino los que aman y en especial los perseguidos y expulsados del sistema.
Deseo buenos ministros y los ministerios cristianos, pero me niego a sacralizarlos, interpretándolos a la luz del sacerdocio israelita superado por Jesús (según la carta a los Hebr). Jesús fue un laico, hombre del pueblo, que volvió a los símbolos básicos de la vida, el pan y vino compartido, el amor a los necesitados, la salud compartida… No quiso crear instituciones sacrales mejores, ni un orden de ritos nuevos, sino abrir un camino de amor para todos los humanos… Pero después, los cristianos hemos ratificado la diferencia ministerial entre varones y mujeres, hemos clericalizado las funciones administrativas de la comunidad, hemos elevado sobre el conjunto de la iglesia un orden (o casta) de funcionarios, muy inteligentes y dotados, pero que no responden al evangelio.

8.Ha terminado un ciclo histórico: estamos ante la última generación de ministros (obispos y presbíteros) clericales, en una línea de poder sacerdotal, porque el sacerdocio de todos los fieles (incluidos obispos y presbíteros) no es principio de poder, sino compromiso y camino de comunicación.
No espero que los cambios vengan de este tipo “cúpula” clerical que yo mismo he contribuido a formar en 30 años de presencia y enseñanza en seminarios y facultades de teología al servicio de futuros clérigos. Nos ha sobrado institución (a mí el primero), nos ha faltado carisma, contemplación compartida del misterio de Dios en Cristo, amor y presencia concreta entre los pobres y expulsados de la tierra.
Tenemos que volver al principio del evangelio, enraizarnos en la fraternidad de Jesús, al servicio de los humanos. Se ha dicho y se dice que eso es imposible, que la iglesia (como todas las instituciones sociales de prestigio) se mantiene por sus jerarquías de poder… Pues bien, en contra de eso, la iglesia ha de mostrar que ella es distinta, que puede instituirse en formas de comunión personal, sin estructuras de poder, en forma de sistema religioso.
No estoy defendiendo un angelismo, la pura improvisación: dejar que cada uno viva y haga como quiera, llamándose cristiano. Nada de eso, el amor de Jesús vincula en amor a los hombres y mujeres, recordando a Jesús, actualizando su entrega en favor de los demás, celebrando su triunfo (el triunfo de la vida, como pascua o paso de Dios entre nosotros.). Pues bien, los cristianos hemos sacralizado ese signo del pan y vino, separándolo de la vida real y convirtiéndolo en gesto ritualista. Parece que nos da miedo la religión de la vida entera, de la comunicación festiva de los hombres y mujeres en la eucaristía.
Una Conclusión:
¿Puede surgir nueva vida en un árbol clerical ya seco? De eso trataba mi libro Sistema, Libertad, Iglesia. Desde lo aquí dicho puedo citar ya entera la página a la que aludía el principio de esta postal:
Las vocaciones ministeriales han de surgir y cultivarse desde el interior de las comunidades cristianas, que son semillero (seminario) para aquellos que deseen (que han de ser encargados de) realizar tareas apostólicas, varones o mujeres, célibes o casados, sin desligarse de su entorno y su trabajo humano, tras un tiempo de maduración y prueba, reasumiendo de forma no patriarcal la inspiración de las Cartas Pastorales de un sucesor de Pablo (1-2 Tim, Tito).
En principio, sólo las comunidades pueden suscitar y animar ministros de evangelio (especialmente presbíteros y obispos). Es normal que esos ministros conozcan la Palabra, pero no tienen por qué ser especialistas universitarios… Por otra parte, la forma actual de preparar y ordenar ministros en abstracto y para todo (celebración y enseñanza, dirección comunitaria y servicios sociales…), elevándoles de nivel eclesial a los ministros al ordenarles de presbíteros (u obispos), sin referencia a una comunidad concreta en la que puedan compartir la fe, me parece carente de sentido.
Por otra parte, hay comunidades que empiezan a reunirse por sí mismas, sin un presbítero oficial, suscitando desde abajo sus propios ministerios de celebración y plegaria, servicio social y amor mutuo etc, como al principio de la iglesia. Son comunidades que han comenzado a compartir la Palabra y celebrar el Perdón y la Cena de Señor sin contar con un ministro ordenado al estilo tradicional, pero sin romper por ello con la iglesia católica, sino todo lo contrario, sabiéndose iglesia.Estos «ministros» pueden recibir nombres distintos: a veces se les llaman colaboradores, otra son auxiliares o párrocos seglares, otras asistentes pastorales… Lo del nombre es lo de menos. Más importante es el hecho de que algunos están reconocidos y realizan funciones oficiales. Celebran la eucaristía, pero no en forma de “misa solemne”; animan celebraciones de perdón, pero tampoco en forma “solemne”. En caso de conflicto con un tipo jerarquía pueden afirmar que actúan de un modo «privado»: lo que presiden no es Eucaristía o Penitencia sacramental, sino celebración piadosa (no oficial) de la Cena y Perdón de Jesús. Pero esta parece una disputa de palabras. Las comunidades que actúan de esta forma carecen de visibilidad oficial (no tienen comunión ministerial externa), pero pueden estar en Comunión real con el conjunto de la iglesia. Ellas son, por ahora, pequeñas y frágiles, pero estoy convencido de que deberán multiplicarse, eligiendo sus ministros (varones o mujeres), para un tiempo o para siempre, conforme a la palabra de Mc 9, 39 no se lo impidáis. Pero de esto seguiré tratando en próximas postales, en el contexto. (Sistema, libertad, Iglesia, Trotta 2001, 462-463)
Pienso que de esto deberán tratar los obispos españoles con el Papa de la Iglesia de roma el próximo 28 de este mes.