Este 8 de enero se volvió a celebrar en Mercedes (Corrientes) y en otros tantos puntos del País, la fiesta del Gaucho Gil.
Un acontecimiento que desconcierta a muchos y escandaliza a otros, pero que no deja de ser un fenómeno para ser estudiado sin una interpretación a la ligera.
Los primeros desafiados somos los católicos, que tenemos ante nuestras narices una devoción a alguien que no ostenta el título de Santo, pero que sin embargo su devoción provoca un movimiento interior profundo que lleva a sus fieles a peregrinar, rezar y celebrar.
Tres verbos cristianos compartidos ciertamente, porque no se hace algo distinto a las tradiciones frente a cualquier otra devoción o advocación reconocida por la Iglesia Católica.
Entonces llegamos a una pregunta sustancial ¿qué es un santo?
Cuando la Iglesia promueve la vida de ciertas personas en las que no cabe duda que han vivido de acuerdo a la Buena Noticia, nos presenta modelos a los que suponemos con certeza que ya gozan del premio eterno. Pero en ellos también encontramos valores que nos ayudan a creer y seguir caminando. Y desde esta concepción podemos ver que todos tenemos ejemplos de vidas en nuestra historia personal de seres queridos que no llegarán o no estarán en los altares, pero que nos transmitieron un sentido de fe que nos anima a seguir caminando. Rezando por ellos nos animamos a confiar en que ya llegaron al Cielo (que por cierto es mucho más alto y mejor que cualquiera de nuestros más ostentosos altares) Y también a pedirles que nos ayuden en las distintas circunstancias de nuestra peregrinación terrenal.
Del Gaucho Gil prácticamente no tenemos demasiadas pruebas de su existencia. Sólo una tradición oral de la que surgió la leyenda que se ha transmitido a lo largo de la generaciones y que nos hablan de alguien llamado Antonio de la Cruz Gil (con algún otro nombre más) que se destacó por su sentido de justicia social y sobre todo dos características profundamente cristianas que cuestan vivir a cualquiera que se declare cristiano: la no violencia (no quiso pelear) y el perdón a sus verdugos, a los que incluso prometió intercesión.
Al menos estas dos características ya demandan un cercanísimo acompañamiento pastoral que solo fue visto hace algunos años por algunos cualificados pastores y que hoy se va extendiendo poco a poco al punto que el mismo Papa Francisco recomendó particularmente a los de la Diócesis local que acompañen la devoción y que estén cercanos a ese pueblo fiel.
Es justo reconocer en este sentido el trabajo Pastoral realizado por sacerdotes como Julián Zini de quien (me consta) le costó amistades personales, críticas y desprecio en su momento, de propios y ajenos. Y que aún hoy sigue siendo mirado de reojo por algunos, a pesar del reconocimiento generalizado de la sabiduría de su obra y su aporte a la cultura del Chamamé.
La devoción al Gaucho Gil seguirá siendo juzgada de ignorante, bruta, guaranga, alcoholizada y excesiva entre otras características, desconociendo la extensión que ganó a lo largo y a lo ancho del País y de naciones vecinas, a través de viajantes y camioneros que sin ritos litúrgicos ostentosos ni por temor supersticioso, levantaron y levantan en las banquinas “altarcitos colorados” con el que comparten su fe y se sienten más acompañados.
La figura del Gaucho Gil nos desinstala, nos hace revisar conceptos, nos ofrece cambiar la mirada… pero sobre todo nos invita a la humildad para reconocer que no sabemos todo. Como si de golpe nos encontrásemos ante la oración exultante y agradecida de Jesús, que alaba a su Padre Señor del cielo y de la tierra, porque muestra estas cosas a los sencillos y la esconde a los sabios y entendidos (Mateo 11,25)
Padre Humbi González SJ