Giza Almirón
El finde pasado fuimos a comer a Anna Restaurante de Campo, a unos 10 km de Castelli. Hacía mucho que quería ir a ese lugar que lleva adelante Alina Ruiz, una chaqueña cuyos platos son una delicia. Con la excusa de celebrar mi cumpleaños, pude cumplir mi deseo de almorzar en ese restaurante donde todo lo que está en el plato viene de no más de 40 km de distancia: es el concepto kilómetro cero. Pancitos de mandioca, empanadas de osobuco, bondiola ahumada con verduras, helado de melón, té de burrito y poleo con miel. Todo está al alcance de la mano, en la Finca Don Miguel, donde Ali creció y donde ahora vive. Lo de “kilómetro cero” suena muy gourmet, pero así suele ser la alimentación en el campo, como ella dijo, ya que la gente come lo que está en su ranchito. Y así lo veo en las casas que visito. Aquel día nos recibió Pablo, esposo de Ali, y nos hizo una recorrida por el espacio, la huerta (probé el ajo guaraní, que no sabía que existía), los corrales.
Ella se acercó a nuestra mesa, nos contó algo de su historia y nos explicaba cada plato. La ornamentación, las flores, todo es regional. El menú es creatividad suya y el resultado son manjares exquisitos. Lo de Ali es una apuesta apasionada por lo local. Están terminando de construir unas casitas a modo de alojamiento temporario. Pedí que me anoten primera en la lista para cuando inauguren.
Hasta ahora, no había estado ningún finde en El Asustado. Decidí quedarme y acompañar talleres que se dan los sábados. Por la mañana, a Informática asisten casi 25 personas. No es una materia específica en la escuela ni en las carreras en general, por lo cual hay tanto público de edad variada: adolescentes de secundaria, docentes, enfermeras, jóvenes y grandes que quieren aprender a usar la compu. Es imperante capacitar a la gente en cuestiones tan actuales, como la tecnología. Por la tarde, hay taller de costura en Campo Alto (paraje a 8 km de El Asustado). Fueron 8 mujeres a cortar telas, coser gomitas de pelo, mochilas, sábanas. Mientras cebaba mate Mauri, el esposo de una participante y anfitrión, ya que el taller es en su casa. También comimos pastelitos que había cocinado doña Luisa. Un rato de aprendizaje, diversión, comida, encuentro. Hay talleres que son una experiencia de comunidad tan profunda que me hacen sentir en una contemplación de fe.
Este domingo fui a compartir la celebración evangélica de mi paraje. Escuchamos la Palabra, bailamos, aplaudimos. Por mi cumpleaños me hubiera gustado ir a misa, la expresión religiosa
que conozco, la cual, en el campo, se da una vez al mes, con mucha suerte. Pienso en lo lindo que sería generar comunidades de base, personas que puedan llevar adelante celebraciones de la
Palabra.
En el “culto” me cantaron el feliz cumpleaños al final, antes del saludo de paz con que terminan esos encuentros.
Dios trasciende las religiones, nos sale al encuentro ahí donde estamos, nos abraza en comunidad.
“Cuando el amor hace su magia transforma por siempre el lugar del corazón”, Cuando el amor, canción de Pedro Aznar
El finde pasado fuimos a comer a Anna Restaurante de Campo, a unos 10 km de Castelli. Hacía mucho que quería ir a ese lugar que lleva adelante Alina Ruiz, una chaqueña cuyos platos son una delicia. Con la excusa de celebrar mi cumpleaños, pude cumplir mi deseo de almorzar en ese restaurante donde todo lo que está en el plato viene de no más de 40 km de distancia: es el concepto kilómetro cero. Pancitos de mandioca, empanadas de osobuco, bondiola ahumada con verduras, helado de melón, té de burrito y poleo con miel. Todo está al alcance de la mano, en la Finca Don Miguel, donde Ali creció y donde ahora vive. Lo de “kilómetro cero” suena muy gourmet, pero así suele ser la alimentación en el campo, como ella dijo, ya que la gente come lo que está en su ranchito. Y así lo veo en las casas que visito. Aquel día nos recibió Pablo, esposo de Ali, y nos hizo una recorrida por el espacio, la huerta (probé el ajo guaraní, que no sabía que existía), los corrales.
Ella se acercó a nuestra mesa, nos contó algo de su historia y nos explicaba cada plato. La ornamentación, las flores, todo es regional. El menú es creatividad suya y el resultado son manjares exquisitos. Lo de Ali es una apuesta apasionada por lo local. Están terminando de construir unas casitas a modo de alojamiento temporario. Pedí que me anoten primera en la lista para cuando inauguren.
Hasta ahora, no había estado ningún finde en El Asustado. Decidí quedarme y acompañar talleres que se dan los sábados. Por la mañana, a Informática asisten casi 25 personas. No es una materia específica en la escuela ni en las carreras en general, por lo cual hay tanto público de edad variada: adolescentes de secundaria, docentes, enfermeras, jóvenes y grandes que quieren aprender a usar la compu. Es imperante capacitar a la gente en cuestiones tan actuales, como la tecnología. Por la tarde, hay taller de costura en Campo Alto (paraje a 8 km de El Asustado). Fueron 8 mujeres a cortar telas, coser gomitas de pelo, mochilas, sábanas. Mientras cebaba mate Mauri, el esposo de una participante y anfitrión, ya que el taller es en su casa. También comimos pastelitos que había cocinado doña Luisa. Un rato de aprendizaje, diversión, comida, encuentro. Hay talleres que son una experiencia de comunidad tan profunda que me hacen sentir en una contemplación de fe.
Este domingo fui a compartir la celebración evangélica de mi paraje. Escuchamos la Palabra, bailamos, aplaudimos. Por mi cumpleaños me hubiera gustado ir a misa, la expresión religiosa
que conozco, la cual, en el campo, se da una vez al mes, con mucha suerte. Pienso en lo lindo que sería generar comunidades de base, personas que puedan llevar adelante celebraciones de la
Palabra.
En el “culto” me cantaron el feliz cumpleaños al final, antes del saludo de paz con que terminan esos encuentros.
Dios trasciende las religiones, nos sale al encuentro ahí donde estamos, nos abraza en comunidad.
“Cuando el amor hace su magia transforma por siempre el lugar del corazón”, Cuando el amor, canción de Pedro Aznar