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20. Mirar, ver, contemplar

Tras el receso invernal, retomamos las actividades. Algunos talleres continuaron durante julio, mientras que el apoyo escolar se sumó a las vacaciones escolares. La vida en el monte siguió su curso: el invierno, el frío, la llovizna, el calor. Y todo lo que ya en agosto va floreciendo, como el lapacho, que a mí tanto me gusta porque me recuerda al jacarandá de mi ciudad. Me sorprende porque asocio este fenómeno más a la primavera. Y está bueno sorprenderse con lo inesperado, con lo que no sabemos o con lo que, según cierta lógica, “no debería” suceder.

Visitando familias llegué a lo de Rita y su esposo Miguel, en el paraje Aguacerito. Pasó lo que me suele pasar en cualquier casa: tomamos unos mates y después me invitaron a almorzar. Luego de un delicioso estofado y antes de una naranja de postre, me quedé en la sobremesa con Miguel. Qué cautivantes sus cuestionamientos, como “¿qué pasará por la mente de un niño?” (mientras sostenía a su nieto de 1 año) o “¿por qué un pez puede vivir en el agua, pero otro animal se ahoga en ese lugar?”. En un campo a unos 60 km de Tres Isletas, hay un hombre con preguntas existenciales, con una profunda sensibilidad, que no adquirió por estudios académicos ni trabajos de oficina; un hombre que atribuye todo a Dios y a su creación. Le pregunté si pensaba mucho y me dijo que a veces también tiene preocupaciones (lógicas a su edad y a cargo de una familia). Me conmovió la sabiduría de don Miguel, su mirada que parece buscar lo infinito, su sonrisa nostálgica y, a la vez, alegre.

También en Aguacerito tenemos un taller de Carpintería. Esta vez me dediqué, simplemente, a mirar. Y vi cómo llegaban, se saludaban, abrían, acomodaban, prendían las máquinas, se ubicaban. Vi a Lore en el torno, terminando su mate. Vi a Yoli y a Eva ultimando un portallaves. Vi a Jesús con su papá Horacio haciendo las patas de una mesa. Vi a Alejo dibujando el perchero que quería fabricar. Vi al grupo cuidando a don Orlando, participante de 70 años. Vi a Nelson, el profe, guiando. Contemplé lo sencillo, lo aparentemente ordinario. No faltó el mate ni la torta parrilla para compartir. Fui testigo privilegiada de lo común y corriente, de lo oculto en un paraje en medio del campo. Contemplé la fuerza de la vida que nos sostiene, esa vida en comunidad.


“…vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo», El Aleph, Borges.


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