por Giza Almirón
Hace algunas semanas pude acompañar la finalización de tres cisternas. Luego de censar qué familias no tienen acceso al agua, se define la construcción teniendo en cuenta, sobre todo, si hay menores; y se lleva a cabo a través de una alianza con la fundación Gracias. Pude conocer a la familia de Erwin, un niño de 8 años que vive con su mamá y su abuela en el paraje Palmar Chico. Vi cómo se hace una cisterna, desde el pozo que se necesita hasta la cañería que habilita que el agua de la lluvia la llene. Hablé con Mariela, quien me contó cómo tenía que ir todos los días a buscar agua a casi 1 km. Cuando era chica, iba con sus hermanas en bicicleta varias veces al día, pues solo podían cargar un bidón en una mano. Años más tarde, consiguieron una moto y se hizo un poco más “llevadero” (si es que se lo puede llamar así). No hace mucho, sumaron un acople en el cual cargaba unos 8 bidones y le alcanzaba, en general, con un viaje al día. Al terminar la construcción, pude ver la cara de felicidad de Mariela cuando le pregunté qué iba a hacer ahora que tenía el agua en su propia casa: “Voy a descansar, salgo de mi casa y ahí está el agua”. Era la misma cara de don Jacinto, del paraje Lalelay, que a los 82 años me dijo:
“Nunca pensé que iba a ver agua en mi casa”.
Hicimos un último encuentro con adolescentes que reciben la Beca Joven Rural, para que puedan terminar la secundaria. Viven en parajes donde no hay este nivel de estudio y les ofrecemos una ayuda económica para el traslado, además de acompañamiento escolar con una tutora y útiles. Hubo juegos didácticos, para entretener y solidificar conocimientos de Lengua, Matemática, Geografía. Hubo un momento para pensar cómo les fue este año. Hubo juegos para divertirse simplemente, conocerse entre sí y crear vínculos. Hubo un momento para agradecer lo que quisieran y escribieron empatía, cariño, guía, compartir, hacer amistades, entre otras cosas. Aun ofreciendo este programa (con una cantidad límite de estudiantes), hay mucha deserción. No es fácil viajar y asistir todos los días, atravesando caminos en mal estado y calores hoy insufribles, que pueden enfermar. Las motos, vehículos por excelencia, se rompen frecuentemente. No es fácil arreglarlas, no hay talleres mecánicos ni repuestos en los parajes. Es necesario un contexto que acompañe, familiar, escolar, comunitario. Es necesaria una determinación constante. Es necesario estar en esos zapatos para entender realmente el sacrificio, la falta de oportunidades, de garantía de derechos.
Vivo en Boquerón, pero no es de los parajes que me toca acompañar. Las circunstancias me llevaron ahí y, entonces, puedo ver algunos de los talleres que se dan, como Carpintería, Costura, Gastronomía, Peluquería. Eso amplía mi mirada: la gente a la que llegamos, las instancias comunitarias, la dimensión del equipo de Monte Adentro. Soy testigo de todo lo que puede florecer cuando ponemos una semilla, por pequeña que sea; de todo lo que puede impactar en quien siente que le brindan oportunidades de crecimiento, de aprendizaje. Soy una privilegiada por poder acompañar tanta siembra, tanto encuentro, tanta esperanza. Soy una bendecida por todos los vínculos y posibilidades que se tejen estando acá, en parajes rurales que no son noticias televisivas, en lo cotidiano, lo sencillo.
“Solamente atravesando la desesperanza, encontramos la esperanza”, Thomas Merton