Llegó a su fin la Escuela de Verano. Tuvimos un último día de taller de Peluquería, en Gramillar y en La Gloria. Planchitas, peinados, brillos. Pastafrola, pan casero, pañuelitos de membrillo. Porque también hicimos un picnic para celebrar lo trabajado juntas. Qué lindo ver cómo aprendían, preguntaban, practicaban unas con otras. Se lavaban el cabello, se peinaban, cebaban tereré. La profe Dani hizo un cartel para que se sacaran fotos. Las últimas dos semanas, sobre todo, fueron muy calurosas. Un amigo me dijo: “Qué lindo poder acompañar a la gente, haciendo que el calor en soledad, tan desolador, se haga calor en compañía, tan esperanzador”. Esa es la experiencia del compartir, en contextos donde falta el acceso a tantas cosas, pero donde abunda la humanidad.
También fue el último día de actividades para peques, con el tan esperado momento de la pileta. Fui con 25 niñas, niños y adolescentes, la profe Fabri y algunas mamás y papás al polideportivo de Castelli. También estuvo el maestro Santo de la primaria de Gramillar, que vive en esa ciudad. Ese hombre que dejó el oficio de la albañilería de grande, para dedicarse a la educación. Maestro entregado, tan cercano a sus estudiantes y a las familias del paraje. Dedicó su mañana de jueves a acompañar a su grupo en la pile. Desayuno y chapuzón. Refrescarse, divertirse. Derechos de la niñez, que deberían estar garantizados. Alguien podría pensar que hay otras “prioridades” en qué invertir, pero la alegría y el disfrute son fundamentales para una vida sana. Eso es lo que pude ver durante esa mañana: cada rostro iluminado, con una sonrisa y con brillo en los ojos. Momentos de gozo que nos ayudan a darle sentido a la existencia.

Esta semana nos visitó Fran, compañero de Monte Adentro, que hace su labor en Buenos Aires. Estuvo en el cierre del taller de Manualidades en La Gerónima, donde las mujeres hicieron una cajita con forma de corazón, a partir de botellas de plástico. Estaba Vicentito, hijo de una participante, quien cumplía 10 años y también hizo su caja, con mucho entusiasmo. Después, con Fran visitamos a Martita y a su esposo Coki, que nos habló de lo difícil que es permanecer en su pequeño campo, cuando alrededor hay gigantes que desmontan, cuyos negocios benefician mucho más al Estado, ya sea en lo nacional o lo provincial. La pareja tiene claro que no va a ceder ante los intentos de comprarle su tierra o atosigarla para que se vaya, porque quiere dejarle algo a sus hijos, a su hija. En ese contexto, Martita trajo un pan recién sacado del horno (se notaba por la temperatura) y nos regalaron más de una docena de huevos caseros. Almorzamos en la casa de la familia Rodríguez, donde Luana, la hija de 15 años, cocinó unas milanesas con ensalada de papa. Muchas milanesas. La generosidad es algo a lo que no te acostumbrás, que siempre te maravilla. La hospitalidad de esta gente, que brota de un corazón humilde, es algo que siempre emociona.
“Es en las experiencias y recuerdos, en el inconmensurable gozo de vivir en el sentido más pleno de la palabra, donde puede descubrirse el significado auténtico de la existencia”, Hacia rutas salvajes, Jon Krakauer.
