El fin de semana largo de octubre vivimos el primer CampaMonte. Acamparon en Boquerón 12 personas que vinieron desde Buenos Aires y Córdoba. Recorrieron parajes, visitaron talleres y familias, vieron el clásico atardecer en el Palmar (es un imperativo contemplar esa escena, cuando se está en la zona). Una mañana acompañé a parte del grupo a la escuelita de fútbol en el paraje Lalelay. Luego de una presentación general y de compartir medialunas, observamos el entrenamiento al que asisten más de 20 chicas y chicos de primaria y secundaria. Ona, participante del CampaMonte, es bombera, así que con una adolescente de la escuelita le pudimos preguntar cosas, como cuán pesada es la manguera con que apagan incendios o si el traje le da mucho calor.
Después visitamos a Kari, que estaba con dos de sus hijas, y nos enseñó a amasar pan. Una práctica tan común, con la que acá se crece, que se aprende “mirando” (como dijo Kari), pero que es más novedosa para quienes somos de pueblos o ciudades donde vamos a la panadería. Nos mostró su huerta, donde ya había cebollita de verdeo, perejil, acelga y lechuga para consumir y donde zapallo, sandía y mandioca recién estaban en proceso de sembrado. Nos contó parte de su historia, de cómo se liberó de vínculos que le hicieron daño, de su entrega y trabajo diarios, con que saca adelante a su familia, acompañada de su esposo.

El grupo pudo, además, ser testigo de miles de hectáreas arrasadas por los desmontes, que tanto lastima a nuestro ecosistema, al Gran Chaco Americano (el segundo bosque más grande de Sudamérica). A modo de sembrar esperanza, plantaron en Lalelay unos pequeños arbolitos nativos. Entre las actividades, también almorzaron en casas de familias y conocieron así a la gente que habita estas tierras. Le pregunté a Gonza, oriundo de Ciudad de Buenos Aires, qué se llevaba de esta experiencia y me dejó esta frase: “Defender al monte desde las personas y no solamente desde la naturaleza”.
Conocer lugares, prácticas, costumbres y gente que no conocíamos es una oportunidad para abrir la mente y entender modos de vivir distintos de los nuestros; es una oportunidad para abrir los ojos y comprometernos con las injusticias; es una oportunidad para abrir el corazón y abrazar historias que nos revelen más verdades sobre nuestra propia vida.
