Vivir en el Chaco me permite acceder a lugares que antes no tenía siquiera en mi radar. Este finde, por ejemplo, pude conocer una maravilla de la Argentina: Bañado La Estrella. En cuanto a lo técnico, es el tercer humedal más grande de Sudamérica, ubicado en Formosa, a unos 70 km de Las Lomitas. Apenas se lo ve, sobresalen los palmares y la gran cantidad de agua. En cuanto a lo experiencial, es realmente indescriptible.
“Hay que pasar los pozos para llegar al lugar lindo al que vamos”, le decía Juano a Tarzán, quien expresaba el mal estado de los caminos hacia allá, con sus apenas 2 años. Y así fue, luego de la travesía por las rutas -algo de asfalto, algo de tierra, mucho de pozos- y de la gendarmería fronteriza, llegamos a Fortín La Soledad (con mucho calor, considerando que es agosto). Este paraje tiene unos 400 habitantes, según Gladys, una local que nos recibió en su hospedaje Arcoiris y cocina unas riquísimas marineras.

Un ratito antes de las 5 de la tarde nos pasaron a buscar Ema y Ariel para la primera gran aventura: el recorrido en canoa por el Bañado. Inmensidad es la primera palabra que sentí cuando lo vi. Iban apareciendo las aves, así como las vacas y los chanchos que se sumergen para refrescarse y comer. El jabirú (la cigüeña más grande de nuestro continente), el chajá, los patos y más de 300 especies que no puedo recordar. Para mí, la más hermosa fue la espátula rosada, parecida al flamenco. Un grupo de ellas nos hizo el regalo de volar por encima de donde estábamos, para que las apreciáramos mejor. El sol fue cayendo y los colores fueron surgiendo. El mágico atardecer, el agua que da vida y la flora y la fauna -que de eso son evidencia- estaban delante de nuestros ojos, llenando de emoción cada segundo.
Esta mañana, a las 6.30 nos buscó Benja, para la segunda gran aventura: el recorrido en canoa por el Bañado. A simple lectura, parece lo mismo, pero no lo es. Cuando nos embarcamos con Meri, aún estaba el cielo oscuro y se veían con claridad la luna y las estrellas, aunque a lo lejos había una incipiente luz que anunciaba lo que se venía. En el gran silencio de la noche se iban escuchando los cantos de las aves y podíamos verlas alejándose de nosotras,
como si volaran hacia el horizonte. Los colores iban pintando el cielo y, de repente, el sol, rojo, rojísimo, hacía su entrada triunfal. Otro día en que la vida amanece, en que se impone, poco a poco, dulcemente, con fuerza. Otro día para agradecer la posibilidad de compartir esa vida con las personas que amamos, que nos aman.
“Si recibes con alegría el día y la noche, si la vida despide la fragancia de
las flores y las plantas aromáticas, si es más flexible, estrellada e inmortal,
el mérito es tuyo. La naturaleza entera es tu recompensa, y has
provocado por un instante que sea a ti mismo a quien bendiga”,
Walden, Henri D. Thoreau
