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2. Vida digna y plena en comunidad

Esta fue la segunda semana de la Escuela de Verano, en medio de un clima incierto, con todo dispuesto para una gran lluvia: nubes negras, cielo cubierto, rayos, truenos. Pero al final, en la mayoría de los parajes no cae ni una gota. El agua vendría muy bien porque hace ya más de un mes que no llueve, el calor va en aumento, la tierra está seca. El desafío que implica el clima incierto es no saber si suspender las actividades del día. Hay profes que salen 5.30 de la mañana de su casa. Hacemos dos parajes diarios, arrancando 7 o 7.30 el primer turno, para terminar 11.30 o 12 el segundo turno y así evitar el calor lo más posible. No es fácil decidir cuando aún no amanece, cuando no hay forma de comunicarse con alguien del paraje al que vamos para saber si allá llovió, cuando desconocemos el estado de los caminos de tierra (algunos se ponen muy feos con apenas un chaparrón). Según lo que vemos y sabemos, a veces suspendemos y otras no. Siempre nos arriesgamos y a veces acertamos en nuestras decisiones.


En Boquerón, este lunes estaba despejado a las 5 de la mañana, pero se veía un show de rayos a lo lejos, hacia la zona del paraje al que iba. Por suerte, alguien que vive ahí pudo conectarse a internet y avisarme que la noche anterior había llovido. El viernes recuperamos esa suspensión. Tuvimos el espacio de Peluquería en Gramillar, donde aprendieron a hacer baño de crema y corte. Esta vez practicaron también con sus hijas, de 2, 6 y 10 años… y conmigo. En ese paraje sacan agua de un pozo, lo cual lleva su tiempo. Entonces, la noche anterior ese grupo de mujeres ya tiene listos los baldes, para no perder tiempo en la mañana del taller. Su vida cotidiana gira en torno a los quehaceres domésticos, así que es una alegría tener una propuesta distinta, que las mueve, además, al autocuidado, a aflorar sus feminidad, a aprender algo que las entusiasma y pueden luego aplicar consigo mismas o con otras.

Con las propuestas de Monte Adentro buscamos generar espacios comunitarios. Es lo que sucede durante la Escuela de Verano en estos talleres y en las actividades para niñas, niños y adolescentes. Son instancias de aprendizaje, de hacer algo durante enero y febrero (cuando no hay otras ofertas en la ruralidad), pero también de estrechar lazos, de conocerse desde otro lugar, de ayudarse, de compartir mate y tereré, de reírse cuando algo no sale y de aplaudir cuando sí sale. Desde mi mirada cristiana, siento que esos espacios son reflejo de lo que creo: de compartir (sea mucho o poco), de pensar en el bien común, de un espíritu solidario, de construir el Reino de Dios, que no es otro que el del amor.


“Ella, en cambio, vive para Dios, creyendo que vive para los hombres. Una palabra amable, un vaso de agua dado sin pensar, a modo de retribución, son mucho más valiosos que todos los favores que yo he hecho a la gente”, El padre Sergio, Tolstoi


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