Esta semana fui a compartir el taller de Telar en el paraje Gramillar, que se hace una vez por semana en la casa de doña Santa. En realidad, comparte el predio con varias de sus hijas, así que es el patio familiar. Ese taller empezó ahí el año pasado. Al principio, les costó, especialmente por lo detallista de la técnica, que implica mucha paciencia. Algunas abandonaron, habían quedado pocas. Este año, con más práctica y habiendo desarrollado un poco más el arte de la paciencia, algunas pudieron vender sus primeros productos tejidos (por ahora, llaveros y pulseras). Su ejemplo inspiró a las demás, que se fueron incorporando al taller. Fue muy lindo llegar a la casa y ver una mesa larga, con mujeres trabajando en algo que luego tendrá frutos para sí mismas. No solo en lo económico (que es muy importante porque es un ingreso), sino también en lo personal, como la perseverancia. Cualquier cosa que aprendamos nos permite crecer en varios sentidos y enriquecernos integralmente.
El viernes pudimos comenzar el taller de Carpintería en Aguacerito, tras muchas lluvias que nos frenaron durante semanas. Fue un inicio emocionante: 13 personas asistieron (y algunas no pudieron ir), grupos familiares, jóvenes, grandes, muy grandes… Mujeres, 4 (de las 5 anotadas). El profe Nelson, alias “Chito”, un hombre de Boquerón, que aprendió en ese mismo taller dictado en su paraje. Desde Monte Adentro, el objetivo es que puedan aprender a hacer cosas que les sirvan en la propia casa y, eventualmente, quienes quieran pueden vender productos, desde un emprendimiento personal o grupal. Qué lindo ser testigo del entusiasmo del primer día, las ganas de hacer, el deseo de compartir, la familiaridad, la confianza hacia Chito (conocido por todo el grupo). Me quedo con las miradas de alegría, los mates, las risas, el agradecimiento y la proyección a futuro.

El 5 de junio fue el Día Mundial del Medio Ambiente. En la escuela secundaria de Boquerón, hubo un conversatorio con los profes de Biología, que hablaron sobre la triste realidad de los desmontes, cómo eso afecta a la Madre Tierra y, por ende, a nuestra humanidad. Un grupo de adolescentes mostró, a través de una dinámica, el daño que se genera cuando un reino está en peligro. Desempolvé conocimientos: además de los reinos animal y vegetal, existen el fungi (hongos) y el de las bacterias. El profe Sergio mostró plantines de especies locales, que hicieron con algunos cursos, como quebracho colorado y lapacho, entre otras. Una frase que repitió varias veces y me quedó grabada es “la procesión va por dentro”. Explicaba cuántas cosas pasan en la naturaleza que no se ven, que llevan tiempo, que crecen sin que nos demos cuenta. La vida misma: cuánto aprendemos, sanamos, maduramos procesualmente. Cuánta mirada amorosa precisamos para reconocer que la semilla se abrió, echó raíces, creció. Cuánta paciencia amorosa precisamos para respetar nuestros procesos y los de quienes nos rodean. Cuánto corazón agradecido precisamos para con quienes permanecen a nuestro lado, mientras nuestra procesión va por dentro.
“Yo tengo gente rota (…) que supo acunarme para que descanse
y pudo acariciarme el alma tan solo con su presencia.
Las tengo. Las vi. Lo fui. Y cada tanto, lo soy”,
Rota se camina igual, Lorena Pronsky
