Pascua en lo de Noe

11. Milagros simples, simples milagros

El domingo celebramos la Pascua en la casa de Noe. Llegar a ese campo implica siempre contemplar la misma escena: gente cocinando, poniendo la mesa, preguntando dónde hay algún utensilio, ubicando en sillas a peques y grandes. Se oyen saludos, preguntas, risas; se huele comida con aroma a encuentro. Había pavo al disco, costillas a la parrilla y, en el plano vegetariano, un guiso de lentejas, batatas al horno y una fondue (como le llaman acá a la calabaza rellena con queso). Yo soy más carnívora, pero quise probarlo todo. Antes de que llegáramos, habían estado preparando huevos de chocolate con el ejército infantil y pastelitos con las visitas más grandes, para compartir a la tarde. No llegué a la labor, pero llevé pan y vino para el almuerzo. La otra escena que se repite en lo de Noe es la de las mesas largas, donde siempre entra alguien más, donde siempre hay un plato (aunque te olvides el que te pidieron). Su casa es la parábola de la mesa compartida, caracterizada por la hospitalidad y el ser familia (que trasciende la sangre), donde hay lugar para todas, todos.

Desde el miércoles llueve de a ratos, así que a partir de ese mediodía fuimos suspendiendo las actividades hasta hoy. Esa agua nos frena, embarra los caminos. Nos pone en vilo cada mañana y cada tarde, analizando si llevamos adelante o no cada espacio de apoyo escolar, de deporte, de taller de oficio. Hay que preguntar (a quienes tienen señal) cómo está el clima en tal paraje, cómo ven los caminos para llegar hasta ahí. Debemos reprogramar, definir días para recuperar las clases. Son días de inestabilidad, de incertidumbre. Son días de aprovechar el tiempo para avanzar con el trabajo de oficina. Son días en que confirmamos que hay clase y, al rato, avisamos que se suspende. Son días, en ese sentido, frustrantes. El desafío de confiar en que lo estamos dando todo, de recordar que los factores externos están fuera de nuestro control, de seguir intentando siempre, aunque las circunstancias nos obliguen a ir por otro camino.

En la semana visité el paraje Campo Alto. Entre casa y casa, pasé por la escuela primaria, a la que asisten 4 varones y 1 nena. Victoria, la maestra, me contó qué están viendo y en qué necesitan ayuda, para poder reforzar en el apoyo escolar con la profe Fabri. Estaban la Chelita, Esther y su hija mayor, pues era el día que les tocaba cocinar. Cada día, 2 mamás se ocupan de la comida y a las 12.30, después de clase, el grupo almuerza en la escuela. Lo más común es un guiso -siempre delicioso-, pero esa vez hicieron algo distinto. Fue mi día de suerte: ¡había pastel de papa! Cuando terminaron de comer Mateo, Naza, Samu y Juli, nos sentamos con las mujeres a disfrutar lo hecho por sus manos. Admirable lo bien que estaba pisada la papa. Que vuelva cuando quiera, que vaya a comer, que tomemos unos mates… Todos los deseos que te dan ganas de volver siempre. Todos los encuentros que resignifican mi presencia, que me recuerdan que vine para, simplemente, estar con la gente y compartir la vida.

“Lo más admirable de los milagros estriba en que los más verdaderos y auténticos pueden y deben resultarnos así de cotidianos”, Natán, el sabio, Lessing


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