La semana del 13 de enero, luego de unas vacaciones, el equipo de Monte Adentro volvió al territorio, para impulsar la Escuela de Verano en cada paraje que acompañamos durante el año. La propuesta: 4 semanas de actividades para niñas, niños y adolescentes, con apoyo escolar y deporte. Hay tantas faltas y dificultades en el aprendizaje, que es clave reforzar ciertos contenidos. El desafío es hacerlo de modo entretenido, que no sientan que están yendo a una clase “formal” de escuela. Captar su atención, gestionar grupos de edades muy distintas, de intereses tan variados, en un ámbito no formal. Sin duda, gran labor de nuestras profes.

En ese mismo marco de Escuela de Verano, también ofrecemos algún oficio para grandes, en general, para las mamás, que son quienes acompañan a sus peques y disponen de ese tiempo. Peluquería y Manualidades se dan en parajes en los que yo estoy. Las dos profes son oriundas de comunidades rurales, una se formó en Tres Isletas y otra en Castelli, los pueblos más cercanos. Dani, la profe de Peluquería, no conocía los 2 parajes en los que hoy da esa clase. Fue sorprendente para ella ver con qué contaban (y con qué no) esos grupos. En Gramillar, por ejemplo, hacemos las actividades en la casa de una familia que tiene luz gracias a unos paneles solares instalados hace apenas meses y que debe sacar agua de un pozo, con un mecanismo que demanda mucho esfuerzo físico de brazos. Noe, la profe de Manualidades, da clase en el paraje La Gerónima, donde la mayoría la conocía, pues en el campo todo el mundo se conoce, aunque sea de apellido. Es su primera experiencia brindando talleres en la zona rural. Es emocionante acompañar ese enriquecimiento, el de conocer y compartir la propia vida del monte.
En medio de esa vida del monte, este finde perdimos al tío Nando, integrante de una familia muy conocida y querida por quienes formamos parte de Monte Adentro. Andaba con dificultades para respirar y había dicho que el lunes iría a una revisión médica, ante la insistencia de quienes lo rodeaban. Parte del sábado y del domingo estuve en el velorio. Esos momentos en que no hay nada que podamos hacer, simplemente estar. Hacer mate, sentarse al lado, escuchar el dolor y la alegría, entre llantos y anécdotas divertidas. Pasado el mediodía, uno de los sobrinos del tío Nando me acercó salame y queso (de un tipo que no es común en Tres Isletas), y me dijo, ante mi mirada alegremente sorprendida: “No digas que el tío no te atendió bien”, haciendo alusión a esa delicia. Es mi segunda experiencia de muerte en el Chaco. Me recuerda que nacer y morir están tan naturalmente entrelazados y me vuelve a confirmar la fuerza de la vida, del amor, de los vínculos.
